Al igual que el señor Francisco Hinojosa escribo en total desorden. Yendo de un texto a otro, haciendo párrafos con cada idea. Aceptando que borro varias veces mis entradas hasta encontrar la adecuada. Con una sonrisa cuando recuerdo porque escribo. Creyendo que esto es lo único que sé hacer. Sin los clichés del café, cigarrillo o alcohol, preferentemente lejos de la comida para no ensuciarme los dedos.
Con errores y temores. Tratando de alejarme de Facebook, Twitter y Messenger. La presión es mi peor enemiga. En silencio si es posible. Imaginando que cada letra construye un objeto. Mirando al cielo como preguntándole al narrador del relato de mi vida que otra cosa escribiré. Me levanto una y otra vez de la mesa, abro el refrigerador con la esperanza de que aparezca algo rico, como eso nunca pasa, mejor me voy a dar una vuelta.
Hay un circo en mi cabeza, un mono salta y habla algo que podría entenderse como alemán. Me doy risa y vuelvo a escribir. Me disfrazo en la oscuridad, en vez de beber una pócima, hojeo una revista o un libro, prendo el televisor, nada hace que me quede mucho tiempo, prefiero regresar al teclado. Constantemente reviso si hay algo interesante en la carpeta de entrada, nada nuevo. Sigo esperando una carta de amor. En la cotidianidad uso una libreta especial, a manera de bitácora hago un ejercicio de escritura, nada más para que no olvidar quién fui.
Rayo mis libros, pero no siento feo porque es a lapicero. También uso la piel para hacerme tatuajes con letras, nombres y oraciones. Lo mejor es cuando uso la servilleta manchada con mi lápiz labial, me hace sentir sucia y capaz de todo. Escribo en cualquier estado emocional. Yo confieso que he tratado de imitar a Márquez, Velasco, Cortázar y Benedetti, en pensamiento, palabra y “repetición” hasta crear algo que sea un estilo ximenesco.
Antes me como una sopa de letras, para que amarre el pensamiento. No tengo rituales de escritura. Prefiero hacer cuentos. Me emociona los ejercicios de creatividad. Prefiero no hacer las cosas por obligación, porque luego me quedo medio vacía. Escribo porque quiero y no porque tengo que hacerlo. Las musas son caprichosas, siempre se van con el mejor postor. Una hoja en blanco es un reto para mí. A veces me enojo y le preguntó a la inspiración “¿Por qué me abandonaste ingrata?” pero siempre vuelve en las madrugadas, como los gatos.
Escribo recordándolos, y extrañándolos a montones, riéndome de mi misma. Siempre tratando de que la catarsis no sea inútil. Yo escribo con el útero, con el corazón, por la necesidad de buscar el placer que me provoca hacerlo. Yo escribo para mí, para poner orden en mi caos.
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