martes, 13 de diciembre de 2011

Línea Dos

El día que conocí a E había en la atmósfera algo que me hacía pensar en aquellas canciones melosas que jamás quería escuchar en las fiestas familiares y que tarareaba  cuando nadie me miraba.
También en que era viernes y yo iba al encuentro del Bukowski que juró jamás enamorarse de mi por ser una hija de familia, una mocha, y un llavero que sólo debía llevarse de la mano para presumirse.
Fue hace una década, lo cual fue demasiado para mi y nada para él. No se trató de egocentrismo de su parte , sino que para E el tiempo se medía con las horas, minutos y segundos, mientras que para mí todo se volvió lento durante  las tres estaciones en las que yo pensé haber visto toda mi vida pasar frente a un hombre del cual lo que único que sabía era que trabajaba en el metro.
Le dedique en esos minutos noches enteras, besos y caminatas por Reforma, paseos en bicicleta y hasta un aniversario. Un segundo basto para decirme "no seas idiota".
Mire hacía las luces de las vías, pero en mi  ya se había sincronizado I want the one I can´t have de los Smiths,voltee hacia el final del vagón y lo  único que encontré fueron las miradas de los pasajeros gritándome "hazlo".
Gallina, sólo estarás madura para hacerte en caldo, pensé mientras me daba valor.
Por el rabillo del ojo me percaté de que no me miraba, absorto en un mundo que aún desconozco traté de colarme, como en una fiesta, y sin invitación  le sonreí.
Digo que conocí a E en el metro, pero no es cierto. Lo conocí a los 10 años cuando en los juegos de niñas describía con  otras ninfas precoces  al  hombre perfecto. 
Aquella noche no pude dormir, en mi caso, yo tenía un hombre atravesado entre los párpados.