lunes, 30 de mayo de 2011

Monstruos

A los cinco años Verónica es una niña que se pregunta el significado de los sonidos que escucha por las noches, le aterra pensar que un monstruo sea capaz de lastimarla  a ella o a su madre o peor aún que pueda comérselas. Su madre constantemente le insiste en que deje de pensar tonterías y que mejor se dedique a Susana -su gata-, a sus muñecas y a sus chiquilladas.
En la noche se escapa un prolongado gemido que hace a Verito levantarse aterrada de la cama; de inmediato  imagina que son los sonidos del monstruo que busca devorarlas y en lo que resulta ser  un acto de valor, la pequeña niña  se dirige dónde su madre para rescatarla de un horrible monstro que ha dibujado en su imaginación.

Frente a la puerta de madera Verónica canta bajito Sunday Morning, canción que desde siempre la remite a los días en que su padre vivía con ellas.Trata de abrirla  pero está cerrada, sólo la abertura del cerrojo le permite observar como son sostenidos los blancos muslos de su madre por unas manos que nada tienen de semejanza a  las de un engendro.


Un monstruo, seguro no es. Verónica por sentido común acepta que su madre no está sufriendo, pues sonríe mientras sus grandes pechos son succionados. Su madre ha perdido el color blanco habitual de su piel, ahora luce rosada, con una sonrisa que sólo las muchachas de las películas de ficheras tienen. Vero pocas veces ha visto a su madre tan feliz.


Se mantiene en la puerta con la esperanza de conocer cada detalle, silenciosa escucha como su madre le pide más y más a ese hombre que ella jamás había visto. Mira como un árbol nace de aquel hombre para luego entrar en su madre, jamás imagino ver algo que según ella era producto de alguna película de extraterrestres. 


Dos cuerpos entregándose, mientras Verónica pensaba si esto es a lo que se refieren los adultos con “cosas de grandes”, cosas grandes pasan por la mente de Verónica, pues imagina lo que pensaría la Miss Socorro si le dijese lo que ha hecho su mamá, la razón de sus temores nocturnos no era más que dos amantes con la mala suerte de ser espiados por una niña, que nada sabía del sexo o el amor.

Verónica al fin  tuvo que aceptar que los monstruos no existen y sí existen este es uno que hace feliz a su mamá, como sea, ahora se dirige a su cuarto, sabe que si su mamá se entera de que fue espiada  de seguro le dará una cachetiza, así que  prefiere quedarse para sí misma ese recuerdo, total mañana en el kínder le preguntará a René si alguna vez ha visto a su mamá ser chupada por un monstruo o mejor aun esperará algunos años para ver si René quiere ser su monstruo.

Mena Mejía

Instrucciones para no enamorarse de un periodista

Comience por entender que su ego es del tamaño de las rotativas del periódico en  donde escribe, y a la larga esto le traerá sinsabores. Luego, identifíquelo por la sección en donde trabaja: si habla de deportes, es un hecho que prefiere ver un partido de futbol que hacerle el amor; si es de política, entienda que no llegará a dormir por lo menos  tres o dos veces por mes.
Deje de buscarlo en la sección donde publica. Olvídese de su trabajo, no alimente su vanagloria recordándole que ha escrito. Sepa de una buena vez que con ellos las discusiones son eternas y la neurosis  inimaginable. Comprenda que su preocupación real sólo radica en encontrar la inmortalidad a través de sus palabras. No lo amenace con dejarlo solo, pues para ellos es su estado natural: en las redacciones se encuentran los  hombres más solitarios del mundo.
Sus días de descanso son relativos, para ellos la información es su primer amante. No ceda ante la bohemia que prometen. No crea en sus palabras ni en sus visitas en la madrugada. No le compre la nota si no lee una buena historia. Cuando él se ofrezca a llevarla a cenar no se sienta  herida si la deja esperando, y no piense: “sé que debe estar por terminar su texto, seguro al cabrón del editor se le ocurrió algo más para el cierre”. No confunda esto con el amor y aprenda a ser egoísta como ellos.
El periodista se sabe interesante por naturaleza, y cree que el mundo gira alrededor de su opinión. Que no le extrañe oírlo decir: “mi trabajo hoy fue  el mejor,  vamos a mi casa por unos tragos para celebrar que me llevé la portada”. Tampoco que sus reuniones sean en cantinas, o que le cancele en el último momento por una entrevista. Ellos aman y odian el periódico donde trabajan, así que no lo tome en serio cuando llegue molesto del trabajo. Y lo más importante: aunque digan que ya están hartos del periodismo, su egolatría puede más que el cansancio.
Le costará entenderlo, pero si usted lee esto con resentimiento, seguramente este hombre ya se ha ganado su corazón, y probablemente este fin de semana se encontrarán para compartir un momento más. Aun y cuando lo niegue, el amor de un periodista es breve pero fulminante. Admítalo, aún el encanto de los periodistas nos sigue fascinando porque bienaventuradas  son las mujeres que aman a los periodistas,  porque de ellas es el reino de la paciencia.



 Mena Mejía.