Una muchacha de 22 años entra a una tienda de mascotas. Se detiene frente al cristal para ver como los perros se huelen la cola y como las ratas se comen a otra muerta. Inexplicablemente siente ternura por un montón de tortugas apiladas una sobre otras y decide llevarse a la que es aplastada por las otras 20.
Compra una pecera y flores artificiales, siempre quiso ver un girasol en el agua .
La joven había acumulado tantas tristezas y había guardado tanto amor que decidió que si era capaz de amar a una tortuga, un ser incapaz de generar muestras de afecto como lo hacen los perros o los gatos, estaría curada.
La llamó Evarista, y limpio por años su caparazón. La tortuga creció tanto que podía sacarla a pasear en el jardín. Jamás recibió una muestra de amor, sólo de confianza.
Eso bastó. Se preparó un té de manzanilla y se dispuso a enamorarse otra vez.
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